Cacería de Brujas | Reseña

Escrita por: Aj Navarro

No cabe duda que Luca Guadagnino es uno de los realizadores que suele dividir e incomodar a su audiencia. Siempre mostrando y explorando a sus personajes que rondan las áreas grises de la vida, pero manteniendo una línea entre ellos para evitar caer en juicios, le deja al espectador dictaminar sus conclusiones. Cacería de Brujas no es una excepción a esto, siendo capaz de crear una crítica mordaz a los tiempos post MeToo, creando un interesante thriller que pone en tela de juicio a todos aquellos que apoyan lo políticamente correcto.

La historia, escrita por Nora Garrett, nos presenta a Alma (Julia Roberts), una profesora universitaria , que súbitamente se encuentra en una encrucijada personal y profesional cuando una estudiante estrella, Maggie (Ayo Edebiri) acusa a uno de sus compañeros de trabajo, Hank (Andrew Garfield) de agresión sexual, lo cual levanta una red de secretos y acusaciones que ponen en peligro no solo la carrera profesional de la profesora, sino también su reputación en el medio mientras un oscuro secreto de su pasado amenaza con salir a la luz.

Garrett no duda en ser mordaz en sus diálogos, creando una tensa dinámica que oscila entre un mero juego de palabras e indirectas hacia declaraciones con cierto dolo y verdades inobjetables entre esta triada. Asimismo, existe un personaje, Frederik (Michael Stuhlbarg) que pareciera advertir las desavenencias entre ellos, fungiendo por momentos como un testigo pasivo de lo que sucede, similar a un morboso espectador en espera de la explosión. 

Es esa dinámica la que sostiene el filme, pues Guadagnino y Garrett someten a una terrible desconfianza y falsa moralidad entre ellos. Destaca la labor en la dirección del italiano con sus actores, pues ninguno de ellos resulta empático debido a sus poses y cinismo mientras explora la ambigüedad moral de todos los involucrados. El cineasta logra volver a Ayo Edebiri y su Maggie en uno de los papeles más odiosos del cine reciente. Egoísta y poco original, ella detona todo el problema en este juego donde nada es lo que parece.

Julia Roberts y su Alma no se quedan atrás. La frialdad con la que ella toma las decisiones y posturas en el relato es igual a la que tiene en su aburrido matrimonio con Frederik. Sus parcas expresiones logran transmitir esa cuestión, pero le añaden una pequeña capa necesaria ante algo que ella padece de forma personal, una enfermedad que pareciera reflejar la podredumbre que tiene por dentro y que, nuevamente, nos devuelve al eterno dilema de la doble moral puntiaguda que el filme contiene.

Esta cuestión el egoísmo no es nueva en su cine. En su anterior proyecto, la bastante fallida Desafiantes (2024), e incluso en su cinta más incómoda a la fecha, Hasta los Huesos, el italiano se sumerge en la exploración de un código de valores que rodea a sus personajes bastante cuestionable. Sin embargo, lo interesante de Cacería de Brujas es ir en contra corriente y no temer el cuestionar a la generación de “hierro” representada por Roberts y Stuhlbarg, contra los jóvenes de “cristal” que no toleran lo políticamente incorrecto. Es en este conflicto donde radica la mayor virtud y polémica de la cinta.

Ni qué decir de las relaciones de poder, donde aparentemente Alma tiene sobre Maggie y Hank, pero que por momentos se le va de las manos ya sea por sus acciones, decisiones o la ausencia de las mismas. Si bien no hay un desarrollo o mayor profundidad en el arco del acusado y la acusadora, ambos funcionan bien como el motor de toda la polémica que un señalamiento sin pruebas puede provocar mientras camina uno la peligrosa y delicada línea de la corrección política donde no hay grises, se es simplemente blanco o negro, inocente o culpable. 

Otro de los aspectos claves de Cacería de Brujas recae en la banda sonora de Atticus Ross y Trent Reznor, quienes han encontrado en Guadagnino un colaborador interesante. A diferencia de la estruendosa y acelerada composición de Desafiantes, aquí los ex Nine Inch Nails crean un sonido disonante similar a lo hecho en el suspenso hitchcockiano, coqueteando incluso con elementos del terror. Eso acentúa la experiencia del espectador, transmitiendo la tensión y el miedo interno de Alma ante la situación, pero también ese elemento de ambigüedad fría entre las acusaciones.

La fotografía, que corre a cargo de Malik Hassan Sayeed, se centra en primerísimos primeros planos para meternos de lleno en la angustia y duda que todos tienen en un universo de cínicos en el que la verdad es lo que menos importa. Por momentos, esto se suma a una subjetividad en la que el espectador puede sentir la incomodidad del ser acusado, del no tomar una postura, de los mismos prejuicios y desconfianza que ronda alrededor de una atmósfera que, por momentos, se siente asfixiante. 

Queriendo seguir los pasos de otra cinta que también aborda el tema de la cancelación como lo fue Tár (Field, 2022), Guadagnino y Garrett usan el humor, la antipatía y el cinismo de una generación para tocar no sólo la cuestión de los poderes, el abuso del mismo o la ausencia del sentido en medio de una sociedad que da pasos agigantados a un progresismo desmedido, sino para crear una reflexión dura sobre los dilemas que no sólo esta mentalidad provoca, sino también aquella del “no pasa nada”, logrando en Cacería de Brujas un trabajo ciertamente incómodo donde los linchamientos sociales se equiparan a la indiferencia que, por igual, puede arruinar una vida.  

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