La vida de Chuck | Reseña

Escrita por: Danieska Espinosa

Hay películas que parecen hablarte al oído más que a los ojos. La vida de Chuck es de esas. Mike Flanagan, director, guionista y editor, toma un relato breve de Stephen King y lo convierte en un retrato íntimo de lo que significa existir. Acompañado por la música melancólica de The Newton Brothers y un reparto encabezado por Tom Hiddleston, el film se abre paso entre lo fantástico y lo cotidiano con una naturalidad desconcertante. Alrededor de él orbitan nombres potentes como Mark Hamill, Chiwetel Ejiofor, Karen Gillan y Jacob Tremblay, además de jóvenes actores que encarnan distintas edades del mismo personaje.

Lo primero que sorprende es la fidelidad a la estructura del cuento. King concibió tres actos narrados al revés, y Flanagan mantiene ese recurso, aunque le inyecta vida propia con escenas inéditas. Por ejemplo, la secuencia hospitalaria donde los monitores cardíacos laten como un coro metálico, un detalle inventado para el film, que se convierte en metáfora poderosa del vínculo entre la vida de un hombre y el destino de un mundo entero. También hay monólogos añadidos que, lejos de desentonar, enriquecen la textura emocional de la historia. Es como si la película le diera voz a personajes que en el libro apenas eran un eco.

El eje, sin embargo, es Tom Hiddleston. Su interpretación tiene una delicadeza que rara vez se ve en el cine comercial. No solo aprendió rutinas de baile mezcla de jazz, salsa, bossa nova y hasta un moonwalk improvisado, sino que logró transmitir la sensación de que Chuck baila porque le queda poco tiempo y no quiere guardarse nada. Esa escena, dirigida con complicidad por la coreógrafa Mandy Moore, se siente como un estallido de vitalidad en medio de la oscuridad. No es exagerado que el propio actor la haya comparado con el espíritu de Sueños de libertad: ahí está la misma ternura y la misma obstinación por encontrar belleza en lo ordinario.

El viaje de Chuck, contado en retroceso, tiene algo hipnótico. Comenzamos con su muerte: un mundo que se derrumba mientras él pierde la batalla contra un tumor cerebral. Retrocedemos después a su madurez, donde un hombre aparentemente gris se atreve a bailar con una desconocida en un gesto que parece pequeño pero lo cambia todo. Y llegamos finalmente a la niñez, donde entre clases de matemáticas con su abuelo y los bailes improvisados de su abuela, descubre que la vida duele pero también late con fuerza. Esa decisión narrativa de contar la historia de atrás hacia adelante funciona como recordatorio de que lo esencial está en cada instante y no en el final de la ruta.

Lo admirable de Flanagan es que no cae en el cliché del terror, aun viniendo de King. Aquí no hay monstruos escondidos ni sobresaltos gratuitos: lo que asusta es la fragilidad de la existencia. Y lo que conmueve es ver cómo un hombre común deja un rastro luminoso en medio de la oscuridad. La vida de Chuck no es un lamento por la muerte, sino un canto a la vida, a esos momentos minúsculos que se vuelven eternos cuando alguien se atreve a vivirlos de verdad.

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